domingo, 6 de noviembre de 2011

DON DE LA VIDA; UN REGALO DE DIOS



Somos eternas partes fragmentales de Dios. Ahora estamos condicionados por la energía material (almas encarnadas) por haber dejado el servicio a Dios. La posición constitucional del alma es disfrutar una relación eterna con Dios. Ahora nuestra vida es como un sueño que hemos olvidado, nuestro estado original despierto.

Claro que es un don, es la perspectiva más maravillosa que tenemos, por eso siempre digo que cada día con vida es un regalo de parte de Dios, por eso en mi breve existencia quiero hacer todo lo posible por devolverle por lo menos un poquito de lo mucho que me ha dado a través  de   las personas que me  rodean,  sirviendo  y  dando siempre lo mejor de  mí  y   sobre todo a   disfrutar de  cada  instante.

La vida es el regalo más precioso que tenemos, Y claro que es un don de Dios. El me escogió antes de crear el mundo. Ya estaba yo en los pensamientos de El antes que yo  naciera. El Señor tiene trazado los planes y propósitos para cada ser humano, y depende de la aceptación o no de cada uno.

Una primera conclusión se puede extraer de tales principios: cualquier intervención sobre el cuerpo humano no alcanza únicamente los tejidos, órganos y funciones; afecta también, y a diversos niveles, a la persona misma; encierra por tanto un significado y una responsabilidad morales, de modo quizá implícito, pero real. Juan Pablo II recordaba con fuerza a la Asociación Médica Mundial: «Cada persona humana, en su irrepetible singularidad, no está constituida solamente por el espíritu, sino también por el cuerpo, y por eso en el cuerpo y a través del cuerpo se alcanza a la persona misma en su realidad concreta. Respetar la dignidad del hombre comporta, por consiguiente, salvaguardar esa identidad del hombre corpore et anima unus, como afirma el Concilio Vaticano II (Const. Gaudium et.Spes, 14, 1). Desde esta visión antropológica se deben encontrar los criterios fundamentales de decisión, cuando se trata de procedimientos no estrictamente terapéuticos, como son, por ejemplo, los que miran a la mejora de la condición biológica humana».

La biología y la medicina contribuyen con sus aplicaciones al bien integral de la vida humana, cuando, desde el momento en que acuden a la persona enferma, respetan su dignidad de criatura de Dios. Pero ningún biólogo o médico puede pretender razonablemente decidir el origen y el destino de los hombres, en nombre de su competencia científica. Esta norma se debe aplicar de manera particular al ámbito de la sexualidad y de la procreación, pues ahí el hombre y la mujer actualizan los valores fundamentales del amor y de la vida.

Dios, que es amor y vida, ha inscrito en el varón y en la mujer la llamada a una especial participación en su misterio de comunión personal y en su obra de Creador y de Padre. Por esa razón, el matrimonio posee bienes y valores específicos de unión y de procreación, incomparablemente superiores a los de las formas inferiores de la vida. Esos valores y significados de orden personal determinan, en el plano moral, el sentido y los límites de las intervenciones artificiales sobre la. procreación y el origen de la vida humana. Tales procedimientos no deben rechazarse por el hecho de ser artificiales; como tales, testimonian las posibilidades de la medicina, pero deben ser valorados moralmente por su relación con la dignidad de la persona humana, llamada a corresponder a la vocación divina, al don del amor y al don de la vida. 

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